viernes, 29 de enero de 2010

Fiesta de los Tiznados


Fiesta de los Tiznados
Fernando Ángel Soto Vidal

El día 20 de enero, Día de San Sebastián, quien fue soldado del ejército romano y del emperador
Diocleciano, quien -desconociendo que era cristiano- llegó a nombrarlo jefe de la primera corte de la guardia pretoriana imperial.
Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios de
idolatría. Como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de su religión. Fue denunciado al emperador Maximiano, quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.
El santo escogió la milicia de Cristo; desairado el emperador, le amenazó de muerte, pero Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido
Maximiano, le condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos, se acercaron y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana llamada Irene, que lo mantuvo escondido y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.
Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero Sebastián se negó rotundamente. Se presentó con valentía ante el emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y Sebastián le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximiano mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián. Murió en el año 288.
En el barrio que lleva su nombre en el poblado de Tepoztlán, se celebra una fiesta con carácter pagano-religiosa, el día 20, es la celebración patronal, y el día 21 se realiza el día de los tiznados, donde la mayoría de la población se cubre con tizne, cara y brazos.


Don Avelino, uno de los ancianos del Barrio, al que se le ve acompañando a los tiznados por las calles y brincando al ritmo de la banda los sones del Chinelo platica acerca de los orígenes de la festividad, en su muy peculiar manera de entenderla:

“Hace muchos años, allá en Roma había guerra, y allí los… el gobierno trataba de matar sus… sus soldados de… de hambre, entonces, San Sebastián se dio cuenta de eso y, él robaba tortillas allá donde les daban de comer, robaba tortillas les iba a dar… a, a dejar a los presos, llegó el tiempo que no se morían, ¿Por qué?, por que él los estaba… aunque sea pura tortilla les estaba dan… arrimando, y el gobierno vio y… ¿que pasa?, ya es tiempo de que se mueran y no se han muerto, alguien de todos los soldados dijo: hay una persona que les está llevando tortillas, les está llevando de comer y le pusieron más vigilancia y se dieron cuenta quién era, el que llevaba de comer, pero San Sebastián también se dio cuenta que ya lo vigilaban y él se tuvo que desertar del gobierno y se fue por allá por los cerros, a esconderse, entonces, pues él quería seguir, digamos… él oía la palabra de Dios, y entonces él quería ser testigo para que… para que otras gentes se dieran cuenta que hay Dios que ayuda y nos protege, entonces a él lo anduvieron persiguiendo, entonces en su pueblo había un carnaval como de estos y él no po… quería bajar para ser testigo de que hay Dios,
”Él llevó la palabra de Dios a ese carnaval, pero se tuvo que tiznar en… de negro para que no lo reconocieran, y de allí por eso es la tradición. Él se presentó en un carnaval con fines de… de enseñar su doctrina, se tuvo que pintar de negro para que no lo reconocieran, por eso es ahora, se sigue esta tradición, que nos pintamos de negro.
”Pues yo cuando era niño ya había esto, no sabría decir desde cuando, por que mis abuelos ya ni ellos sabían, ya ni ellos se dieron cuenta de que año empezó este carnaval de tiznados, así que… y menos nosotros, que estamos más… como quien dice, jóvenes, que ahora ya somos viejitos también, pero cuando fuimos niños no nos dimos cuenta de como empezó, a que fecha empezó, no nos dimos cuenta ya.
”Año con año lo hacemos, hubo tiempos o hubo presidentes que lo querían prohibir esto, ¿porqué?, porque pues puros tiznados y como se lleva ponche, como quien dice, muchos borrachitos, él por eso lo quería quitar.
”Fuimos allá en la presidencia, unos señores grandes, como para pedir permiso, y dijo el presidente que no, que esto que se pierda, por que… por que son puros feos y además borrachos. y ya dijo el señor… el que como el que trataba de pedir permiso, pero no le dieron oportunidad de poder hablar y pedir permiso, entons, lo que se le ocurrió a él decir: Oye Don Beto –así se llamaba el presidente−, pero si no te venimos a pedir permiso, te venimos a avisar que van a venir los muchachos, así que quieras o no, van a venir, y nosotros los vamos a dejar… el presidente nomas dijo: pues si es así, ni modo, que vengan.”


Después de recorrer por la mañana las calles del Barrio, recolectando los donativos que los vecinos aportan para la fiesta –garrafas de bebida, toritos pirotécnicos y hasta efectivo−, acompañados por la banda de viento, los tiznados bajan por la tarde al centro del pueblo, donde al ritmo de los sones de chínelo se realiza un pequeño carnaval, brincando alrededor del zócalo.
A un lado del kiosco, se ubican las bebidas que han sido donadas por los vecinos para la fiesta y que se comparten generosamente con quienes lo solicitan, hay varias clases de ponches con alcohol y aguas frescas.
La fiesta termina con la quema de los toritos y después se retorna a la iglesia del Barrio, donde luego de repartir la merienda entre los numerosos concurrentes, éstos se retiran a sus casas, satisfechos de haber cumplido otro año, con su Santo Patrono: San Sebastián.

martes, 19 de enero de 2010

Un Cuento: Los Calavereros


Los Calavereros


Por Fernando Soto



A las dos mujeres de mi vida:
Teresa, por el pasado y sus recuerdos
Abril por el presente que motiva mi futuro.



Esa mañana del primero de noviembre, en el cuarto del pequeño Ángel, el despertador de su teléfono celular sonó a las 5:45 am, ni siquiera en días de clase se levantaba tan temprano y, aunque ese no era un día feriado, su madre había pedido permiso en la escuela para que él no asistiera a clases.
Desde la noche anterior había dejado su mochila preparada para el viaje, aparte de sus mudas de ropa llevaba un chuchillo, una lámpara, un mapa, una revista, un imán, sus tazos preferidos, cartitas coleccionables muy valiosas y un sinfín de cosas inimaginables poco útiles.
Para la ocasión, tres días antes le habían comprado sus primeras botas de explorador y hasta una brújula. Su abuela le había dicho que algunos de sus tíos y primos que viven en Tepoztlán, lo llevarían a subir el cerro del Tepozteco, a conocer la pirámide construida en lo alto en honor a Ometochtli -Tepoxtécatl, deidad prehispánica del pulque, la fecundidad y la cosecha.
Su tía abuela, prima de su agüelita, había invitado a la toda familia a los xv años de su nieta Andrea el día siguiente, además, como coincidía con la celebración de los fieles difuntos, podrían observar la puesta de la ofrenda, la elaboración de las comidas que se colocan el ella y hasta podría salir un rato por la noche, en compañía de los numerosos primos a pedir el tradicional “mole para la calavera”.
Todo esto había hecho que durmiera poco, sin embargo, al primer sonido de la alarma la apagó, tomo su ropa que había dejado lista la noche anterior y se vistió. Ya había advertido que no se bañaría por la mañana, por lo que la madre lo había obligado a hacerlo por la noche, así que al acostarse con el cabello húmedo, este amaneció todo aplastado, cuando se vio al espejo hizo un gesto de disgusto y corrió al baño para mojarlo e intentar peinarse, pero, por más agua que se ponía, su cabello rebelde seguía sin acomodarse.
―Bueno, al fin no voy a un concurso de guapura ―pensó y busco su gorra favorita para intentar remediar la situación.
Se había propuesto ser el primero en levantarse e ir a despertar a su abuela que era quien viajaría con él en el autobús. Sus padres, por cuestiones de trabajo harían el viaje hasta el día siguiente.
Estaba feliz porque tendría a su abuela para él solo por un día, le gustaba mucho oír sus historias de pequeña en aquel pueblo, quería conocer el enorme ciruelo con el columpio que de él colgaba ubicado en la entrada del atrio del convento en el que tanto se divertía cuando era niña, se imaginaba columpiándose en él y a su abuela empujándolo.
Cuando se disponía a ir al cuarto de su abuela para despertarla el reloj marcaba las 05:58 am, quería ganarle al despertador de ella, que según Ángel debía sonar justo a las 06:00 am.
Antes de que pudiera llegar a la puerta, escuchó unos firmes toquidos y la voz dulce de la abuela que lo llamaba:
―Angelito, flojo, ya levántate, se hace tarde.
―Ya voy ague, ya estoy listo ―respondió sorprendido y algo decepcionado.
―Apúrate que te tengo una sorpresa ―se escucho de nuevo la voz de la abuela.
―¿Una sorpresa? ¿Me comprarían la casa de campaña y el sleepingbag para acampar? ―pensó el niño.
Debido al anuncio de la sorpresa hasta olvido la frustración de no ser el primero en levantarse, volvió a verse en el espejo, la gorra disimulaba bien el almohadazo en el cabello, tomó y se colocó su mochila en la espalda y feliz, rápidamente, se dirigió a donde la abuela lo esperaba.
Ella estaba en la cocina, de pie, al lado de dos cajas de cartón que originalmente sirven para empacar huevo, firmemente amarradas con mecate.
―Son muy grandes para una casa de campaña y un sleeping ―le dijo a su abuela dando por hecho que de eso se trataba.
―¿Qué?, ¿de qué hablas? ―preguntó ella.
―¿No está mi casa de campaña y mi sleeping en esas cajas? ―volvió a preguntar el chico―, ¿no es esa mi sorpresa? ―agregó.
―No, ese es el pan que mandé a hacer especialmente para llevarlo al pueblo y regalarle a los familiares y conocidos para que lo pongan en sus ofrendas ―le explicó la abuela―, es pan tipo español pero muy grande, Lalo, el panadero ya sabe como me gusta y me lo hace sobre pedido.
―Pero, ¿entonces cuál es la sorpresa? ―preguntó con cierta desesperación Ángel.
En ese momento entro a la cocina una preciosa jovencita, era blanca, con el cabello largo castaño oscuro, ojos cafés, y una sonrisa espontanea que dejaba ver sus dientes perfectos.
―¿Te acuerdas de tu prima Mayo? ―preguntó su abuela―, ella viajará con nosotros, acaba de llegar a pasar una temporada acá, estará hasta el fin de año en lo que le resuelven una beca para estudiar en el extranjero ―le explicó.
Ángel hizo un gesto de disgusto, era su tercer fracaso en lo que iba de la mañana, pero Mayo corrió a abrazarlo y le plantó un sonoro beso en el cachete izquierdo dejándolo aún más sorprendido.
―¿Ya no te acuerdas de mi Angelito? ―pregunto la chica al niño― me decias la flaca y me jalabas las trenzas cuando tenias 6 años, yo tenia doce y aunque no me caías bien por ser el consentido de la abuela, siempre me acuerdo de la flor de vainilla que me regalaste cuando nos fuimos a vivir a Los Mochis con la familia de mi padre ―le contó al niño.
Ángel se acordó de su prima, habían pasado 6 años desde la última vez que la había visto y recordó que cuando se fue hasta había llorado, la antipatía que se demostraban ocultaba el gran cariño que en el fondo se habían tenido. Aquella flor de la que ella le hablaba estaba hecha con vainas de vainilla y él la había comprado con sus ahorros en un viaje con toda la familia a Papantla.
Aunque no le hacía mucha gracia compartir a su abuela y sus historias, Ángel abrazó a su prima y le dio la bienvenida.
―Bueno, ya tendrán mucho tiempo para platicar ―dijo la abuela― vayan a desayunar, tu papá nos llevara a la central camionera de Taxqueña de camino a su trabajo, allí tomaremos el autobús a Tepoztlán ―agregó.
Una taza de chocolate recién hervido y un pedazo de riquísimo pan de muerto era el desayuno.
―Es sólo un tentempié ―dijo la anciana―, llegando a casa de mi prima Beta y de Julián, su marido en Tepoztlán, los esperan unos tamalitos de sal y de manteca con mole verde que se chuparán los dedos.
Ante tal promesa, Ángel que era un comelón, sólo tomo media taza de chocolate que le dejo marcados bigotes de espuma, los que causaron las bromas de Mayo.
―En seis años te hiciste mas viejo que yo y hasta bigotón estás, ―dijo ella riendo.
Él se rio también y corrió a plantarle un sonoro beso que dejó parte de la espuma en la mejilla de ella.
―Apúrense, se me hace tarde ―se escuchó la voz del padre de Ángel desde la calle―, el coche ya esta listo ―volvió a gritar.
Entro a la casa y se dirigió a la cocina, tomó las cajas de cartón y las llevó a la cajuela del auto. La mañana era fría y la calle estaba cubierta de neblina.
―Ojala la carretera no esté así, es peligroso viajar con esta niebla, por la zona de Tres Marías hasta la Pera, siempre se concentra más ―dijo el hombre preocupado.
No te preocupes Juan, ya sabes que nunca vamos solos, tu suegro siempre nos cuida… ―contestó la vieja mientras sacaba una foto de Don Ángel, el abuelo de los chicos de su portamonedas.

OOOOO

Un pequeño rayo de sol anunció el amanecer, se filtró por entre las grietas de aquella cueva enclavada en medio de los cerros de la cordillera Neo volcánica. Arriba, el Chichinautzin apenas era una silueta entre la niebla.
Encogido, tiritando de frio, con la camisa desgarrada y cubierta de tierra y lodo, aquel hombre de aspecto calavérico murmuraba. Sus ojos hundidos parecían lanzar lumbre, sus brazos huesudos intentaban cubrirlo del frio, era casi calvo, y los pocos pelos que tenía estaban todos desaliñados y también llenos de tierra.
En su regazo acunaba amorosamente una calavera descarnada que tenía una pequeña perforación a la altura del temporal derecho.
A sus pies, calzados con huaraches de suela de llanta, un enorme pero famélico perro cuidaba de su amo.
Un gruñido del animal lo alertó.
―¡Sssssshiiittttt!, ¡callado!, ¡quieto!, ―ordenó al can―, deben ser los judiciales buscándonos, pero nunca darán con este lugar ―murmuró.
Cuando ya no se oyó ningún ruido en el exterior, se incorporó lentamente y, como si sus ojos de fuego pudieran ver en la oscuridad, con paso firme y seguro se dirigió hacia otra caverna en el interior de la cueva, con la calavera sostenida sobre las palmas de sus manos avanzó, una débil luz mortecina producida por una pequeña rama de ocote rompía la oscuridad de aquel espacio, en cuyo centro se encontraba una gran roca volcánica de la que parecían salir pequeños destellos cuando él se acercaba, a su alrededor había gran cantidad de huesos humanos, algunos muy desgastados y corroídos por el tiempo, otros eran recientes pero todos estaban completamente descarnados.
También, esparcidos por todo el lugar, había jirones de telas, de lo que parecía habían sido toda clase de ropas femeninas.
―Échate aquí Diablo ―dijo en la entrada de esa caverna al animal―, tú no puedes pasar al altar de mi padre ―agregó.
El horrible animal obedeció dócilmente lamiendo la mano de su amo.
Antes de avanzar hacía el interior se quitó los huaraches, dio media vuelta y, caminó muy lentamente hacia atrás, con la calavera sobre la palma de la mano izquierda, a la altura de su pecho. Cuando sintió que sus talones topaban con la gran roca, ésta se iluminó, murmuró una oración sólo conocida por él, sacó del bolsillo de su pantalón una pequeña piedra de obsidiana, talló la frente de la calavera y ésta lanzó un espantoso aullido, después flotó sobre la palma de la mano del calaverero y voló lenta a depositarse justo sobre el centro de la piedra. Los destellos se apagaron.
A los judiciales que ya estaba a mas de 400 metros de la cueva se les erizó la piel, un fuertísimo aire se soltó sobre el pueblo arrancando algunas laminas de los techos de las casas cercanas, y desde el cerro de la luz se escuchó un estruendo que hizo que la gente que ya estaba en la calle corriera a sus casas a refugiarse.
―Vámonos, se nos peló otra vez ―ordenó el comandante a sus hombres con la voz cortada por el miedo.
En el interior de la caverna el hombre reía burlón y satisfecho, avanzó rápidamente hasta llegar a la entrada donde lo esperaba el Diablo, una vez fuera volteó y miro a la calavera.
―Esta noche es noche de muertos, espero que este año si sea el de la gran cita con tu venganza, te conseguiré a la doncella mas hermosa, padre, lo de ayer solo fue un aperitivo, hoy será lo bueno ―dijo de lejos a la calavera, la cual perecía esbozar una gran sonrisa.
La luz del ocote se extingió dejando todo completamente oscuro, él regreso a la primer caverna con el perro, afuera, el cielo hasta unos pocos minutos antes azul y soleado se había puesto gris, unas enormes nubes negras se asomaban sobre el pueblo desde lo alto del Tepozteco.

OOOOO
El auto se detuvo frente a la central de Taxqueña a las 06:25 am, justo para alcanzar el autobús de las 06:30 con rumbo a Tepoztlán, como casi no había gente a esa hora, pudieron conseguir los asientos del frente, La abuela el 2, detrás del conductor, Mayo y Angelito el 3 y 4 al otro lado del pasillo.
Con cinco minutos de retraso, el camión emprendió la marcha, tomo Taxqueña, subió el puente y enfiló hacia la calzada de Tlalpán, tomó dirección sur, la circulación era fluida, por lo que llegar a la caseta de cobro sólo les tomo 20 minutos.
―A este paso llegaremos a buena hora a Tepoztlán ―comentó la abuela.
Ángel y Mayo platicaban alegremente, él tenía muchas preguntas para ella, y la chica le contaba todo sobre su vida en Los Mochis.
―Nunca supe por qué se fueron tan de repente ―dijo Ángel a Mayo.
―Yo tampoco, sólo recuerdo que un día, al volver de la secundaria, mi madre estaba muy asustada, el abuelo estaba con ella, me regaló esta medallita de plata y me dijo que nunca me la quitara, mamá ya tenía las maletas hechas, ni siquiera avisamos en la escuela, sólo pudimos despedirnos de ustedes, yo no quería irme pero me dijeron que era por el bien de todos ―le explicó al niño, mostrándole una medalla de plata con una imagen muy rara de una calavera bocabajo atravesada por un cuchillo―, la flor de vainilla que me regalaste la conservo con muchísimo cariño, a pesar de los años sigue aromando mi cuarto, por eso nunca te olvidé Angelito ―agregó y le dio un fuerte abrazo al chiquillo.
―Aunque era chiquito, recuerdo que después de ese día, tampoco volví a ver al abuelo, se despidió de mi después de que ustedes se fueron, me dijo algunas cosas que no entendí bien y me regalo un cuchillo que también es de plata, lo traigo en mi mochila ―contestó el niño, sacando el cuchillo para mostrarlo a su prima.
―Orale, tu cuchillo se parece mucho al que esta en mi medallita, dijo ella sorprendida.
―Es cierto, que casualidad ¿no? ―respondió él― pero sígueme contando de ti ―agregó.
―Mi madre lloraba muchas veces, cuando le preguntaba que por qué, me decía que era por el abuelo, nunca me dijo que se había ido ni a donde ―le contó la chica―, yo lo supe hace poco tiempo, por unas cartas que mi madre dejo sin querer sobre su cama mientras salía a ver quien tocaba la puerta.
―Todo es un misterio, pero yo un día oí decir a mi apa que el abuelo había sido atacado y malherido por un hombre muy malo de Tepoztlán ―platicó Ángel a Mayo.
―¿Me prestas tu cuchillo? ―pidió la chica al niño.
Él se lo ofreció y al sólo contacto de la hoja de plata con sus dedos, la chica lanzó un grito:
―Hay, me quemó ―y el cuchillo cayó al piso de autobús.
―Tonta, ¿cómo te va a quemar?, mira, yo lo agarro y está bien frío ―recriminó el niño a su prima mientras recogía su cuchillo.
―De veras, me quemó ―dijo la chica apenada.
―Es que estas cosas son para hombres y no para niñas miedosas ―se burló Ángel, mientras volvía a guardarlo en su mochila.
La abuela fingía no ver ni escuchar nada de lo que pasaba pero no perdía un solo detalle, la angustia se apoderaba de ella, volvió a sacar la foto de su marido, mientras decía:
―Mi Ángel guardián, cuídanos, protege a tus nietos.
Pasaron Tres Marías y como lo había predicho el padre de Angelito, la niebla comenzó a cubrir la autopista, cada vez era más espesa y y el chofer bajo un poco la velocidad.
Poco después de Cuajomulco un tráiler los rebasó a gran velocidad, casi golpeaba al autobús en su costado izquierdo lo que obligó al conductor a dar un violento volantazo.
―Ese loco va a matarse o a matar a alguien ―dijo ofuscado el chofer.
Varios pasajeros que no se habían colocado el cinturón de seguridad casi salieron de sus asientos, y algunos equipajes cayeron de los compartimentos sobre las cabezas de sus dueños.
―Lo bueno que la carretera va casi vacía, sino ese haría chuza con varios autos ―dijo el conductor a la abuela.
―Si, eso es lo bueno, que Dios lo cuide ―contestó ella.
La neblina ya era muy densa y no se veía más allá de cinco metros, el chofer seguro de que no llevaba autos adelante y creyéndose muy conocedor de la carretera mantenía la unidad entre 80 y 85 kph.
De pronto, de la nada apareció un anciano con una antorcha encendida en la mano en medio de la carretera, el chofer aplicó los frenos a fondo y por poco lo atropella, el anciano corrió a la orilla mientras el autobús se detenía por completo, el conductor bajo del autobús para ver si el viejo estaba bien pero no había nada ni nadie, ni anciano ni antorcha. En ese momento la niebla se disipó ligeramente y dejo ver al tráiler volcado ocupando casi el ancho de la autopista a escasos 30 metros del autobús.
―De la que nos salvamos ―gritó el chofer―, nos hubiéramos impactado contra el tráiler de no ser por ese viejo que se cruzó ―agregó.
―Gracias mi Ángel guardián, nos salvaste ―dijo la abuela mirando la foto.
Ella había visto muy bien al anciano y supo que era su esposo quien había obligado al chofer a detener el autobús.
Entre varios pasajeros y el conductor colocaron señales en la carretera, esperaron que llegara una patrulla de caminos y después continuaron su viaje pasando por el acotamiento, a partir de allí condujo con mayor precaución, a las 8:15 am estaban llegando a la caseta de Tepoztlán, tres minutos después arribaban a la terminal en las afueras del pueblo.
La abuela y los chicos abordaron un taxi cuyo chofer amablemente acomodó las cajas de pan en la cajuela.
―Llévenos al Barrio de Santa Cruz por favor ―pidió la anciana.

OOOOO

―Es la hija del escritor que vive en Meztitla ―decía una mujer en voz alta.
―No, es una turista que andaba por acá desde el lunes pasado ―contestó otra.
―Yo no la conozco ni la había visto nunca, pero esta chula la güerita ―decía el encargado de la tienda de mirada libidinosa.
Una multitud se arremolinaba en torno a la banca donde yacía el cuerpo de una joven desmayada y semidesnuda en Axitla, donde comienza la subida al Tepozteco.
―¿Cómo llegaría hasta aquí en ese estado? ―preguntaba la señora que ponía su puesto de comida a un lado.
―Ha de estar borracha o drogada, así son estas turistas gringas ―contestó su marido.
Una mujer mayor cubierta con un rebozo negro se abrió paso hasta situarse frente a la joven, se quito el rebozo y la cubrió.
―¿Qué, no escucharon anoche y hoy por la mañana los aullidos de la calavera? ―preguntó a los presentes.
Todos se santiguaron y algunos se fueron casi corriendo.
―Ave María, Dios nos libré ―dijo la señora del puesto, recogió sus cosas y se fue.
―Ya el comandante salió con sus hombres a buscarlo, pero como siempre no lo van a encontrar, ese tiene pacto con la muerte ―dijo la mujer mayor a los pocos que se habían quedado― el novio la reportó desaparecida en Santa Cruz anoche, y como muchos escuchamos el aullido, pues supimos de que se trataba ―agregó.
Llegaron unos camilleros, revisaron a la chica y se la llevaron a la clínica del pueblo.
―Está en shock pero viva, eso ya es ganancia ―dijo uno de ellos.
La gente se dispersó llena de miedo.
Un hombre sentado en el suelo, con la camisa rota y llena de tierra acompañado de su perro negro había observado toda la escena.
―Salió bien el ensayo, hoy por la noche es lo bueno ―se dijo para sus adentros.

OOOOO

El taxi avanzaba por la calle principal de Tepoztlán, la abuela en el asiento delantero y los chicos atrás, las calles lucían desiertas a pesar de la hora.
―Se ve muy solo el pueblo para ser días de muertos ―comento la anciana al taxista.
―La gente está asustada y no quiere salir de sus casas ―respondió el hombre.
―¿Y eso a que se debe? ―preguntó ella.
―Anoche y hoy por la mañana se escucho el aullido de una calavera por el barrio de Santa Cruz ―respondió él persignándose.
Los chicos azorados hicieron una lluvia de preguntas mientras la abuela sacaba el retrato de don Ángel de su portamonedas justo al pasar un gran tope, con el salto, la foto cayó de su mano sobre el asiento, justo al lado del taxista quien al verlo lanzo un exclamación de sorpresa y preguntó:
―¿Usted conoció a Don Ángel?, él fue uno de los mejores curanderos del pueblo y se dice que lo mató un calaverero.
―Fue mi esposo y abuelo de estos chicos ―respondió la abuela.
―Bendita sea usted señora, gracias a Don Ángel este pueblo progresó ―dijo el chofer―, se dice que hace mucho años curó a la esposa de un presidente de la República, ya los médicos la habían desahuciado y el con sus conocimientos la sanó, como Don Ángel no cobraba por sus servicios, aquel personaje le preguntó que si aceptaba regalos, él le dijo que sí, entonces, llegó la luz eléctrica, se pavimentaron muchas calles, se arreglo el centro y se mejoraron muchos servicios ―agregó el taxista.
Mi esposo nunca usó sus dones para beneficiarse, siempre amo a su pueblo y a su gente, al grado de dar su vida por ellos ―dijo la anciana con los ojos llorosos.
Los chicos estaban boquiabiertos, nunca habían escuchado hablar de los dones del abuelo, se miraban entre sí con la sorpresa reflejada en sus rostros.
El taxista volteó a mirar a Angelito, le hizo un guiño de ojo que el chiquillo no comprendió.
Pasaron el zócalo y tres cuadras adelante dieron vuelta a la izquierda, la empinada calle subía hacía la iglesia de Santa Cruz, con una hermosa vista del Tlacaltepetl (Cerro del hombre) al fondo.
Poco después llegaban a casa de la familia, el hombre detuvo el auto y bajo presuroso para ayudar a descender a la abuela, abrió la cajuela y sacó las cajas de pan, las arrimó hasta la pequeña reja de la casa y se despidió de ellos.
―Ha sido un placer traer a la familia de Don Ángel, el viaje es por mi cuenta ―dijo con voz emocionada.
―No señor, ¿cómo cree?, por favor cóbrese ―pidió la abuela extendiéndole un billete al taxista.
―Por favor señora acepte el viaje como un humilde homenaje a su marido ―insistió―, y a ti chiquillo, que tu abuelo desde dónde esté te ayude y de fuerzas para que puedas cumplir la misión que te depara el destino ―dijo acariciando la cabeza del niño.
Dio la vuelta, subió al auto y se fue.
―¿De qué misión habló ese señor ague? ―pregunto el chico.
―Por ahora no pregunten nada muchachos, todo lo que acaban de escuchar se los voy a explicar mas tarde, mientras vamos a saludar a sus tíos que ya deben estar esperándonos. Tocó la reja con una piedra.
Un niño como de la edad de Angelito salió corriendo, los miro de arriba abajo y los invito a pasar.
―Mis abuelitos están en la cocina desayunando, mis papás fueron a Yautepec a comprar cosas para la fiesta, yo soy Nando ―dijo estirando la mano para saludar a cada uno― síganme.
Entraron, el terreno estaba delimitado por un tecorral, y la casa estaba al otro lado del patio, éste, estaba lleno de arboles de diversas clases: guayabos, ciruelos, encinos y a su vera crecían algunos cafetos. El pasillo que conducía a la casa estaba bordeado de macetas con hermosas plantas y flores.
La casa era sencilla, de adobe y teja, con su tradicional corredor, a un lado estaba la vieja cocina abierta, con su tlecuil en el piso, la leña ardiendo y Doña Beta echando tortillas de masa azul sobre el comal de barro. Su marido Julián estaba sentado en una silla de madera y mimbre ante la mesa disfrutando un plato de mole verde y su café en un jarro.
―¡Prima! Que gusto verte de nuevo, hacía tantos años ―exclamó Betita mientras se limpiaba la masa de las manos en su babero ―pensé que me moriría sin volverte a ver ―agregó con los ojos enrojecidos por la emoción.
―Pasen, pasen, siéntense ―dijo su marido levantándose mientras dejaba el taco sobre la mesa―, que gusto verte mujer, y que gusto conocerlos muchachos.
―Julián, en la calle deje dos cajas grandes con pan, ¿quieres traerlas por favor? ―pidió la abuela.
―Voy corriendo, aunque aquí nadie se roba nada, no vaya a ser la de malas que pase algún chilango y se las lleve ―dijo el hombre bromeando.
Las dos mujeres se abrazaron largamente, habían crecido juntas y cuando se separaron les había dolido mucho.
―Ellos son mis nietecitos, Mayo y Ángel ―dijo la abuela a su prima.
Doña Betita saludó primero a la chica mientras le plantaba un dulce beso en la frente.
―Eres igualita a tu abuela cuando tenía tu edad, igual de hermosa que ella ―le dijo a la chica.
Después toco el turno a Ángel, quien recibió el beso en el cachete derecho.
―Por favor siéntense, ya les tengo listos unos itacates y este molito verde que está de rechupete ―dijo con voz dulce Betita a los recién llegados.
―¿Qué serán los itacates? ―se preguntó Mayo.
―¿Qué son los itacates? ―preguntó Angelito.
―Ja, ja, ja, ―se rió la abuela―, ya te habías tardado en preguntar mi ‘jito ―dijo al niño.
Los itacates son como las gorditas que ustedes conocen, de masa, manteca y sal y se cuecen en el comal, la diferencia es que aquí los hacemos en forma de triángulo ―explico Betita.
―El mole verde por lo general lo acompañamos con tamales, pero ahora lo haremos con los itacates, ya verán que ricos ―dijo la abuela.
Doña Beta saco una cazuelitas de barro y de una cazuela mucho mas grande les sirvió con una gran cuchara de madera una buena porción de mole verde y su respectiva pieza de pollo, puso un canasto de mimbre sobre la mesa y les indicó que allí estaban los itacates, Ángel se abalanzó para descubrirlos. Les sirvió café de olla en jarritos. Todos comenzaron a almorzar y aunque el mole estaba algo picoso, nadie dejo nada, Ángel, incluso, limpio la cazuelita con los dedos.
La abuela se acercó a su prima y en voz baja le preguntó: ―¿Qué anoche se oyó el aullido de la calavera?
―Sí, la oímos aquí cerquita, los perros hicieron un gran escándalo y después entraron despavoridos, Nerón, el perrito chihuahueño de Nando hasta se metió debajo de la cama y por nada quería salir ―dijo doña Beta santiguándose.
Don Julián que había regresado y visto la escena desde la entrada de la cocina comento: ―Ya muchos ni nos acordábamos de eso, hacía tanto que pensábamos que ya no había calavereros en este pueblo, ¿Por qué regresaría ese engendro? ―se preguntó.
Las dos ancianas le hicieron una señal para que se callara, pero ya era tarde, los chicos comenzaron las preguntas: ―¿Cómo es que una calavera aúlla? ¿Es un disfraz de halloween? ―preguntó Ángel.
―¿Que son los calavereros? ―dijo Mayo.
Acaben su cafecito y no se preocupen, ¿quieren más itacates? ―dijo Beta a los niños tratando de cambiar el tema.
―No es nada muchachos, sólo chismes de la gente de aquí ―dijo Don Julián tratando de aparentar tranquilidad.
―Será mejor que les contemos la verdad a los chicos ―interrumpió la abuela―, así estarán mejor protegidos ―agregó.
―Es verdad, ellos son los que tendrán que enfrentarse al “enemigo” ―dijo el hombre.
―¿De qué hablan?, ¿De quien tenemos que cuidarnos? ¿A quién nos enfrentaremos? ―preguntó Mayo mientras Ángel se abrazaba de ella asustado.
―Por ahora terminen de almorzar, más tarde se enterarán de todo ―les dijo su abuela tratando de calmarlos.
El pequeño Nando que había observado todo desde un rincón de la cocina se acercó a sus primos y tomándolos de las manos les dijo: ―Si ya acabaron de almorzar vengan conmigo, vamos a la casita del árbol para que les enseñe todo el pueblo y sus alrededores, les voy a contar las leyendas e historias que me sé.
Los chicos dieron las gracias a sus tíos abuelos y siguieron a su primo.
―Que sea lo que Dios quiera, que mi Ángel los ayude ―dijo la abuela en voz alta cuando salieron.

OOOOO

Durante el día Jorge era un hombre casi normal, de no ser por su aspecto extremadamente flaco y descuidado nadie lo vería de manera especial. La gente decía que había quedado así desde que a la edad de 8 años se le había subido un muerto.
Trabajaba como enterrador en el panteón municipal y tenia un pequeño cuartito al fondo. A las personas que lo conocían les causaba lástima, muchas le daban comida para él y para el raquítico perro que siempre lo acompañaba.
No se le conocían vicios, nadie lo había visto fumar o tomar y mucho menos sabían de alguna muchacha que fuera por lo menos su amiga.
A veces, desde la carretera que va a Yautepec, podía vérsele sentado sobre alguna lápida como si tuviese alguna amena charla con algún ser invisible. Los que lo miraban, creían que sólo era un loquito más.
La verdad era que Jorge conocía a todos los inquilinos del cementerio, muchos lo evitaban, sobre todo los que habían sido seres buenos mientras vivieron, en cambio, los malos, los asesinos, los policías corruptos y otros de igual calaña lo buscaban para presumirle sus hazañas. Jorge nunca tuvo miedo, veía muertos todo el tiempo, a todas horas.
Su amigo favorito era Tello, un fantasma maldito, condenado a penar por los siglos de los siglos debido a su maldad. Jorge pasaba la mayor parte del tiempo con él. El fantasma del Tello era quien lo había adiestrado en el oficio de calaverero, ese fantasma lo había adoptado como su hijo.
Aquella mañana, después de atravesar el pueblo acompañado por el Diablo, llego al panteón, se dirigió a su covacha y busco en un viejo baúl carcomido por la polilla, encontró una camisa y un pantalón casi uevos para cambiarse.
―Está chida, tú si que sabias como vestirte Justino ―dijo como si se dirigiera a alguien en el cuarto― conste que te pedí permiso para quitártela, allí en el hoyo nomas se iba a podrir ―agregó.
Justino había sido un judicial secuestrador que había muerto dos semanas antes cuando iba a recoger el pago de un rescate.
―Tú te ves bien con la ropa que traes, hasta te hace ver mas valiente, esos agujeros por donde te entraron las balas te dan mas personalidad ―dijo al fantasma de Justino―, bueno, te quedas en tu casa, tengo mucho quehacer hoy ―agregó, salió del cuarto y se dirigió afuera.
A su paso por los pasillos del panteón saludaba a cada uno de los muertos que encontraba, llego a la calle y se dirigió al centro, al mercado, por ser una fecha especial pensaba darse un banquete.
―Para mi unos tacos de moronga con gusanos de maguey y unas chelas bien muertas, y para ti, Diablo, los esqueletos de las mojarras fritas que dejan tirados en el puesto de don Pico.

OOOOO

Los tres chicos se hallaban acomodados en la casita del árbol, desde donde se miraba todo el pueblo.
―Aunque no me han dicho como se llaman yo ya lo escuche y me llama mucho la atención tu nombre prima, ¿por qué te pusieron Mayo? ―pregunto el niño.
―Por floja ―grito Ángel antes de que Mayo pudiera responder.
―¿Cómo que por floja? ―inquirió de nuevo Nando.
―Resulta que sus papás querían que su hija naciera en abril, y ya tenían todo listo para llamarla así, hasta la ropita bordada con ese nombre, pero esta floja no quería salir del vientre de su mamá, se tardo unos días de mas y nació el primero de mayo, a sus padres no les quedó mas remedio que ponerle el nombre del mes en que nació, esa es una historia que toda la familia conoce ―contó divertido Ángel.
Los tres chicos rieron al unísono.
Después, Nando se encargo de mostrarles los lugares mas representativos del pueblo y contarles algunas historias y leyendas, les dijo que cuando llegaran sus padres con sus hermanos mayores de Yautepec, irían a subir el cerro del Tepozteco.
Ángel, emocionado hacia planes para el recorrido, pero Mayo se disculpó, dijo que el viaje desde Mochis la había dejado muy cansada y que prefería quedarse en casa con su abuela y las mujeres para ver cómo hacían la comida que pondrían mas tarde en la ofrenda a los fieles difuntos.
Cuando llegaron los papás de Nando, juntaron a un grupo de parientes que se organizaron para el viaje a la pirámide del cerro, el tío Aquilino que era el mayor de todos contó al regresar, durante la comida familiar, que Angelito iba por delante y que a cada rato gritaba: “Ya me canse, pero le sigo”.
Por la tarde, después de darse un baño y descansar la abuela los esperaba en el cuarto que les habían destinado, sentada en el borde de la cama, algo preocupada y seria, pidió sus nietos que también se sentaran y le pusieran atención sin interrumpirla.
Lo que les voy a contar parece sacado de un cuento de horror, pero es la puritita verdad ―dijo con voz adusta―, pongan mucha atención niños ―añadió.
“Su abuelo desde niño tuvo ciertos dones para curar a la gente, al principio él no lo sabia, pero poco a poco lo fue asimilando, en este pueblo siempre se ha contado de brujos, nahuales, magos, espíritus y hasta de calavereros…”
Angelito iba a preguntar algo, pero Mayo con un coscorrón lo mantuvo callado.
“Mi Ángel siempre uso sus dones para hacer el bien y eso le trajo problemas con algunos brujos malos, a los cuales les deshacía sus conjuros.
El peor de todos era un tal Tello, quien lo odió mucho más cuando yo no acepte sus galanteos, yo ya estaba enamorada de su abuelo y termine casándome con el. Eso, enfureció al Tello, quien lanzo amenazas y conjuros contra nuestras familias, pero su abuelo siempre pudo romperlos.
Tello era además el peor de los calavereros y como ya sé que quieren saber que son, se los voy a contar también rápidamente: Ellos son una especie de secta, que pactan con la muerte para hacer sus maldades, cuando les gusta una muchacha, van al panteón y se roban una calavera, tiene que ser de alguien que murió violentamente, por la noche, con la calavera en la mano se paran afuera de la casa de la chica, rezan algo que sólo ellos conocen y después, con una obsidiana le dan un tallón a la calavera, la cual, lanza un aullido que hace que la gente de la casa y los vecinos se duerman profundamente y que la chica salga hipnotizada para que el calaverero se aproveche de ella.
Tello muchas veces lo intentó conmigo, pero los poderes del abuelo fueron superiores. Eso hizo que su odio cada día fuera mayor.
Mas adelante y para evitar problemas, cuando sus madres ya eran unas lindas jovencitas nos fuimos a vivir a México, para alejarlas de Tello y sus venganzas. Sus madres se casaron y nacieron ustedes.
Su abuelo seguía viajando al pueblo para ayudar a la gente y cierto día, una de mis primas fue a buscarlo porque el calaverero quería llevarse a su hija. Ángel acudió presuroso y lo encontró en pleno rito, lo interrumpió y Tello saco un arma, un revolver con el que le disparo a su abuelo, ya herido, mi marido alcanzo a sacar su cuchillo de plata y se lo lanzo mientras caía, logro dale al calaverero arriba de la oreja.
Tello lanzó su ultima amenaza: que ya como espíritu le sería mucho mas fácil vengarse con su nieta, o sea tu mi’jita.
El abuelo que vieron despedirse de ustedes ya solo era su espíritu, Mi Ángel había muerto por aquella herida pero acá no lo sabíamos. Le dieron permiso de venir y ponernos a salvo antes de que se fuera para siempre. Bueno, aunque él siempre esta cuando lo necesitamos, ¿vieron al anciano que detuvo al autobús en la carretera? ¡Era él!, su abuelo salvándonos.”
Los chicos no atinaba a decir nada, Mayo abrazaba a Ángel, quien a su vez miraba a la abuela azorado.
―Por ahora no pregunten nada ―dijo la abuela―, hoy es noche de muertos y con el abuelo llegan muchos seres queridos a visitarnos, por eso pusimos todo eso en la ofrenda, para que ellos lo disfruten ―continúo diciendo―, vayan con sus primos a la calle y pidan calaverita con ellos.
La abuela les dio algunas recomendaciones y los bendijo.
Los chicos, impactados por la historia del abuelo salieron despacio del cuarto, atravesaron el patio y, cuando estaban a punto de abrir la reja para salir a la calle escucharon un sonido extraño en alguno de los árboles.
―¿Oíste eso Mayo?, parece un pato ―dijo Angelito.
―¿Cómo crees?, los patos no duermen en los árboles ―contestó ella.
―Pues hace cua, cua, cua, cua; pero es mas agudo que un pato, hasta se oye bonito ―comentó el niño.
Una anciana que pasaba por la calle y los escuchó los interrumpió: ―Niños, no saben lo que dicen, ese es el pájaro de la muerte, la temida cuacuana, anuncia que habrá difunto en la casa donde se detiene a cantar ―les contó―, corran a poner sus zapatos encima uno del otro para conjurarla ―agregó, se persignó y se fue.
Mayo recordó que en la tarde antes de bañarse, por flojera se había quitado las zapatillas pisando una con la otra y que así habían quedado acomodadas, lo que causo las bromas de su abuela.
―No te preocupes Angelito, mis zapatillas ya nos están protegiendo ―dijo sonriendo al niño.
―Bueno, entonces vámonos, los primos deben estar desesperados ―respondió Ángel.
Salieron a la calle, toda la palomilla de primos y amiguitos los esperaban en la esquina.
―Bienvenidos primos, los esperábamos, y entre todos les tenemos una sorpresa ―dijo Nando a Mayo y Ángel.
Otro de los chicos sacó de una bolsa de papel estraza una calaverita tallada en una calabaza de verdad y se la dio a Mayo ―entre todos la hicimos―, dijo cuando se la entregaba.
Es para que la gente les de frutas y dulces, aqui no queremos el halloween, así que muchas personas solo nos dan a los que pedimos de la manera tradicional ―les dijo otro de los primitos.
―Sólo falta hacerle el agujero para ponerle una vela, pero no tenemos con qué ―dijo Nando preocupado.
―No te apures, orita voy corriendo por mi cuchillo ―dijo Ángel―, además voy a traer mi lámpara de pilas ―agregó mientras corría a la casa.
Mientras tanto, Nando se encargaba de contar la historia del nombre de su prima a los demás chichillos, quienes ente bromas acordaron que esa noche se llamarían de acuerdo al mes en que habían nacido.
Ángel regresó con su cuchillo en una funda sujeta a su cinturón, lo sacó y le hizo la perforación en la base de la calabaza ―listo, ahora sólo falta comprar la vela en una tienda ―dijo satisfecho.
―Bueno, ¿pero ya saben como tienen que pedir? ―preguntó uno de los niños.
―Allá en México a la gente le decimos: “¿Me da mi calaverita?” ―respondió Ángel.
―Huy, así no van a recibir nada aquí ―dijo otro de los chicos.
―Aquí vamos por las calles, nos fijamos donde hay ofrenda y entonces cantamos una cancioncita ―dijo Nando―, haber muchachos, vamos a enseñarles como cantar ―pidio a todos y comenzaron a cantar el siguiente verso:

“La calavera tiene hambre
¿no hay un taquito por ahí?
No se lo acaben todo
déjennos la mitad…
Mole, mole para la calavera…”

―¿Se la aprendieron? ―preguntó Nando a sus primos.
―Yo si, y ahora sólo me falta practicar ―respondió Mayo.
―Yo tambien ―dijo Ángel entusiasmado.
―Bueno, vámonos que nos ganan lo mejor ―apuró otro de los amiguitos.
Pasaron a comprar la vela en una tiendita, se la colocaron a la calaverita de calabaza y la encendieron, recorrieron varias de las empinadas calles del barrio y fueron llenando sus bolsas de plástico que llevaba exprofeso, con muchas y variadas frutas, con dulces y pan. En algunas casas, donde por lo general la gente era anciana, no bastaba con la cancioncita, los hacían rezar Padrenuestros y Aves Marías, y al final recibian muy escasos regalos.
Mayo, constantemente observaba su teléfono celular, quería llamar a si madre a Los Mochis, para avisarle que todo estaba bien, pero no había señal o por momentos era muy débil.
Mientras rezaban en una casa, observó que la señal era buena, pidió permiso y salió, se alejó a un lugar solitario debido a la bulla que otros chicos hacían con gritos y cohetes, sentada sobre la banqueta llamó a su mamá y le contó todo lo que había conocido ese día, se despidió de ella y corto la comunicación.
Cuando se levantaba, miro un horrible perro negro que le mostraba los colmillos, aterrorizada quiso gritar pero en ese momento alguien la atacó por la espalda, le puso una capucha negra y le tapo la boca, en el forcejeo la medalla de plata cayó al suelo junto con su celular.
Desde lejos, uno de los primos a quien no le gustaba rezar había visto toda la escena, entró corriendo a la casa y avisó a los demás.
―¡Se robaron a Mayo! ¡se la llevó un viejo! ―gritaba angustiado.
―¡Queeeeé! ¿es una broma? ―preguntó Angelito.
―¡No!, ¡se la robaron, lo juro! Era un hombre con un perro negro ―respondió el primo.
Salieron corriendo y llegaron a lugar donde el primo había dicho, Ángel recogió el celular y cuando se incorporaba, un destello llamó su atención, era la medallita que brillaba con la escasa luz de un arbotante lejano.
―¿Qué es eso Ángel? ―preguntó Nando.
―Una medalla de plata que mi abuelo le regaló a mi prima cuando se fue de la ciudad de México, ella nunca se la quita ―respondió― no es de ningún santo, tiene una imagen muy extraña ―agregó el chico.
―Nando le pidió si podía verla y se asombró de ver la imagen de de la calavera atravezada por el cuchillo: ―hay, hasta da miedo ―dijo asustado y se la regresó.
―Ustedes vayan a avisar a los tíos ―ordenó Ángel a los demás muchachitos― Nando y yo los vamos a seguir ―añadió balbuceante.
―¿Tú y yo solos? ―pregunto Nando asustado.
―Bueno, nos acompañará tu perrito Nerón ―respondio Ángel queriendo bromear.
―Se fue por la huerta rumbo a Axitla ―dijo el primo que había sido testigo mientras corría tras los demás.
Con las piernas temblando y el miedo reflejado en los rostros, se internaron en la huerta, estaba oscuro y Ángel sacó y encendió su lámpara de pilas, el pequeño chihuahueño iba por delante siguiendo el rastro. Llegaron a Axitla y no sabían por donde seguir.
―No creo que la lleve para el Tepozteco, la subida es muy pesada y cargándola… ―dijo Nando.
―Entonces, ¿para dónde seguimos? ―interrumpió su primo.
Vamos hacia los corredores del aire ―indicó.
De pronto, una luz blanca, intensa, como una esfera, apareció en el camino causando el asombro de los chicos.
―¿Hay alguna casa por allá? ―pregunto Ángel a su primo.
―¡No, no hay, ni siquiera hay luz eléctrica ―respondio.
La esfera luminosa se acercó, dejando un estela de chispas azulosas tras de sí, se posó frente a los niños, quienes habían quedado paralizados por la sorpresa. Luego escucharon una voz serena que se le hizo muy conocida a Ángel ―No se asusten muchachitos, soy Don Ángel, el abuelo y estoy aquí para guiarlos a salvar a su prima ―dijo la voz.
―¡Abuelito!, ¿dónde estas?, ¿estás vivo? No puedo verte ―gritó emocionado Angelito.
―No mi querido niño, esta luz que ves soy yo, es mi esencia, cuando me mató el calaverero era chiquita y amarillenta, ahora con el paso del tiempo he recibido cada vez mas luz, con su amor y sus rezos, se ha hecho intensa y muy blanca… ―contestó la voz―, pero vamos, no perdamos tiempo ―añadió.
La luz avanzó por la vereda y los chicos la seguían, pasaron los corredores y despues giró a la izquierda con rumbo al cerro.
―Estamos cerca de la cueva del diablo ―murmuró Nando temeroso.
―De seguro allí la llevó ―le contestó el primo.
Continuaron, cada vez era mas difícil seguir a la luz, lo embarujado y resbaloso del terreno, les provocaba constantes caídas, ya llevaban la ropa llena tierra y algunos raspones, pero nada los detenía. Llegaron a toparse con el cerro, aparentemente se había acabado el camino, la luz se detuvo en un punto al que se acercaron para descubrir un pequeño hueco entre las ramas que disimulaban la entrada a la cueva, con trabajo, se abrieron paso y continuaron.
―Yo sólo puedo llegar hasta aquí ―se escuchó la voz del abuelo―, es un lugar de culto maligno y mi luz podría apagarse ―añadió.
―¿Cómo es que nos dejas solos abuelito? ¿Qué vamos a hacer? ―preguntó angustiado Ángelito.
―Tú eres el hombre de la familia, el heredero de mis dones mi’jito, tu sabrás qué hacer allá adentro ―dijo la voz―, recuerda los regalos que les hice antes de irme.
―Esta bien abuelito, voy a salvar a mi prima ―le contestó el niño.
Ángel y Nando avanzaron por la cueva acompañados por el perrito, la débil luz de su lámpara apenas iluminaba el sendero, avanzaron hasta llegar a la caverna de la roca, estaba lúgubremente iluminada. La gran piedra volcánica ahora era más grande, había tomado forma de una roca de sacrificios aztecas. Mayo, yacía sobre ella, atada de pies y manos, en estado hipnótico. La calavera descarnada de Tello flotaba sobre su pecho y desde allí parecía burlarse de los chicos.
―¡Mayo! ¡estás bien! ―gritó Ángel venciendo el miedo.
―Está hipnotizada, no puede oírte ―le dijo nando al oído.
Un espantoso gruñido a sus espaldas los asustó, el Diablo los miraba con los ojos que destellaban lumbre, sus fauces abiertas y babeantes mostraban los colmillos que amenazaban destrozarlos.
El pequeño pero valiente Nerón se le enfrentó ladrándole, momento que los chicos aprovecharon para correr y ponerse lejos del animal.
―Corre, llévatelo lejos, afuera, que te siga ―ordenó al perrito su amo.
El chihuahueño aprovechaba su tamaño, se metía entre las patas de perro negro y se las mordía, hábilmente evitaba sus dentelladas, de un salto se colgó de su rabo lo que hizo que Diablo girara varias vueltas tras su cola tratando de morderlo, hasta que cayó mareado. Al final, el perrito corrió a la salida con un Diablo maltrecho siguiéndolo.
―Un enemigo menos ―pensó Nando aliviado.
Temerosos, con pasos inciertos se acercaron a Mayo quien tenía la mirada fija en la calavera y no los ecuchaba.
―Primita, ¿qué tienes? ¿qué te hicieron?, gritaba Ángel mientras sacaba su cuchillo para cortar las cuerdas que la mantenían atada.
―Ponle su medallita, quizá eso la ayude ―sugirió Nando.
Ángel sacó la medalla del bolsillo del pantalón y se acercó a su prima para colocársela, en eso estaba cuando apareció Jorge con unas cosas extrañas en las manos.
―¡Qué hacen aquí escuincles? ¡Lárguense!, les gritó.
Nando, venciendo el miedo corrió hacía él y le dio tremenda patada en la espinilla izquierda, lo que hizo que el calaverero soltara las cosas que sostenía y se tirara al piso retorciéndose de dolor.
―¡Golaaaazooooooooo!, esa patada ni Hugo Sánchez en sus mejores tiempos ―festejo Nando.
Mientras tanto, Angelito lidiaba con la calavera, la cual aullando y carcajeándose le lanzaba destellos de luces rojizas para quemarlo, el se cubría con su cuchillo que las absorbía y devolvía destellos blancos a la calavera. Por un momento, una de las luces del cuchillo entró por el agujero del cráneo lo que hizo que la calavera quedara inmóvil, Ángel aprovecho el momento para ponerle la medallita a su prima quien de inmediato despertó.
―Hayyyy, ¿qué hago aquí? ¿qué me pasó? ¿dónde estamos? ―gritaba la chica asustada mientras miraba la calavera sobre ella. Se incorporó y de un salto bajo de la piedra.
Entonces, la calavera se recupero, y volvió a lanzar destellos contra los tres primos, Ángel recordó que en su bolsillo había guardado un pedazo de obsidiana que encontró durante su ascenso al Tepozteco, lo sacó y, cuando la calavera estaba atacando a Nando, se acerco por un costado y afinó la puntería, lanzo la obsidiana golpeando a la calavera con ella. Al impactó, volvió a inmovilizarse, emitió un aullido y cayó al suelo, quedando con el cráneo hacia abajo, dejando expuesta la perforación en el temporal.
―¡Mira!, la calavera está en la misma posición que en la medalla de Mayo, ―grito Nando a Ángel.
―Es verdad, sólo le falta el cuchillo atravesado ―dijo la prima.
En ese momento los primos comprendieron todo, los regalos del abuelo eran la clave para acabar con la maldición del calaverero.
Presuroso, Angelito buscó su cuchillo y con miedo se acerco a la calavera, con un sólo movimiento enterró el cuchillo en el hueco.
Un aullido de dolor se escuchó por todo el valle, la calavera se desintegró dejando nada más un montón de tierra negra que Jorge corrió a juntar.
¡Nooooooo! ¡Padre! ¡noooooo!, se lamentaba.
La oscuridad se apoderó del lugar, no se veía la mínima luz, en cambió, en el exterior, las nubes negras se disiparon, dieron paso a una hermosa luna llena cuya luz entró por la ventana del cuarto de la abuela, quien supo de inmediato que los chicos habían vencido a su enemigo.
―Lo hicieron, con tu ayuda lo vencieron mi Ángel guardián, gracias… ―Murmuró la abuela emocionada.
En la cueva, Nando le gritaba a Ángel que encendiera su linterna. A lo que su primo apenado le respondía que la había perdido.
Poco a poco, guiados por sus voces se fueron acercando hasta que se juntaron, Mayo abrazó a los dos primos y juntos rieron y lloraron. De vez en cuando se escuchaban los sollozos de Jorge.
Estaban quedándose dormidos cuando escucharon los ladridos de Nerón y después voces y gritos llamándolos, era el padre de Nando que con otros parientes habían llegado a la cueva, iluminados con antorchas los encontraron.
―¿Están bien niños?, ¿no les pasó nada? ―preguntaba el hombre angustiado.
―Si apa, estamos bien, sólo asustados y con frió, respondió el niño mientras corría a abrazarlo ―¿Cómo dieron con nosotros? ―preguntó.
―Una intensa luz blanca nos guió, hasta acá ―dijo su padre― y allá afuera estaba Nerón, él nos mostró la entrada a la cueva ―añadió.
―Bueno, salgamos de aquí, las mujeres en la casa están muy angustiadas, vayamos a darles las buenas noticias ―dijo uno de los acompañantes.
―¿Qué hacemos con ese? ―preguntó otro de los tíos señalando a Jorge quien tirado en el suelo no dejaba de sollozar.
―Ahí déjenlo, que luego venga el comandante por él ―dijo el papá de Nando con desprecio.
Al llegar a la casa toda la familia reunida los abrazó, Nando contaba la valentía de su primo y como había vencido a la calavera, ensalzaba la lucha de Nerón contra Diablo y, por supuesto, también hablaba de la gran patada que le dio a Jorge. Todos celebraban.
Pero la abuela no estaba con ellos, los chicos preguntaron por ella a Betita quien los mando al cuarto. Entraron corriendo, la anciana los esperaba de pie junto a la ventana, la abrazaron, la cubrieron de besos, ella emocionada les dijo que se despidieran de su abuelo, que ya desde antes había venido a avisarle que todo había salido bien.
―El abuelo? ¿dónde está?, ―preguntó Mayo sorprendida.
―Él está en todas partes ―respondió Ángel guiñándole un ojo a su abuela.
Si, está en todas partes para ayudarnos, pero ahorita esta allí, junto a la reja… ―dijo con voz emocionada la abuela.
Todos se asomaron a la ventana y vieron la intensa luz blanca del abuelo que lentamente se elevaba como un cometa, dejando una cauda de pequeñas estrellas.
―Ya se fue, ahora tengo que llamar a tu madre mi’jita, le tengo que dar las buenas nuevas, con esta noticia podrán regresar a vivir al DF sin ningún temor.
―Que padre prima, ya no nos vamos a volver a separar dijo feliz el niño abrazando a su prima y a su abuela.
―Si Ángelito, ya no nos vamos a separar, te quiero mucho mi niño ―dijo Mayo con los ojos llenos de lágrimas.
La abuela ya no pudo hablar, la familia estaba bien y tenía un futuro prometedor todos juntos nuevamente.
Afuera, las calles se iban poblando de los visitantes anuales que fielmente acudían a la cita familiar, guiados por los caminos hechos con las hojas de la flor de cempaxochitl, llegaban para regocijarse con las ofrendas amorosamente dispuestas para ellos, bebían y comían todo lo que en esta vida le había gustado. La noche se había vuelto cálida, el cielo completamente despejado se bordaba con millones de estrellas.
La luna llena iluminaba todo el pueblo, en Los Mochis, se filtraba por la ventana de una casa, donde una hermosa mujer, amorosamente, la miraba…


FIN


Cd de México - Tepoztlan Mor. - Yautepec, Mor., Noviembre del 2007

lunes, 18 de enero de 2010

Doña Anastasia Pedro *

"Doña Anastasia Pedro"; Foto © 1991 Fernando Ángel Soto Vidal


Para ABRIL:


En diciembre del 91, cuando realicé mi primer viaje junto con Alejandra Leal y Jorge Claro, a la región del Alto Balsas, mientras la gente del CPNAB (Consejo de Pueblos Nahuas del Alto Balsas), realizaban el bloqueo en carretera México-Acapulco a la altura de las Artesanías muy cerca del poblado de Xalitla, para informar y recaudar recursos para sostener la lucha contra la construcción de la presa de San Juan Tetelcingo; y mientras Ale y Jorge cubrían la nota periodística, yo me dediqué a recorrer los alrededores, los puestos abiertos donde se venden todo tipo de artesanías hechas en la región: Pinturas sobre papel amate, tallas en madera de San Francisco, Tinajas (Acontli), Achihuitepalcatl, pohsconi, Muñecas (coconet) de San Agustin Oapan, pinturas sobre barro con diferentes figuras: (Ranas, soles, eclipses, floreros, vasos, ceniceros, etc.). De pronto, en el último puesto la vi, la mujer sentada en su sillita de madera y mimbre que pintaba unas maracas, indiferente a mi presencia, con una piel de venado tras ella colgada en la pared, con su sombrero campesino a un lado, con sus pinturas y pinceles en una vieja cacerola de aluminio. Me vio de reojo, y continuo su labor, con la vieja Minolta X-370 me acerqué, encuadré y tomé la foto.En marzo del 92 regresamos, los mismos tres acompañados y conducidos en su auto por Pablo, un pintor de Chilapa, íbamos a exponer nuestros respectivos trabajos en la comisaría de San Juan Tetelcingo, por supuesto, yo llevaba entre mis fotos a la señora que pintaba maracas, fue una experiencia inolvidable que todos los fotógrafos deberían de hacer, llevar su trabajo a las comunidades donde las producen.En ese viaje surgió, también, una de las historias más increíbles: La del nagual, que pronto quedará terminada en letras.Después llegaron gentes de los medios de la ciudad de México, convocados con el pretexto de nuestra exposición y de dar a conocer la problemática de la región, específicamente la presa. La exposición fue colgada en tendederos que hicimos con piola y pinzas de madera para ropa, el interior de la comisaría la albergó, cuando estábamos apenas instalándola, llegaron un par de mujeres indígenas, que al ver las cajas con nuestras fotos comenzaron a sacarlas, a tocarlas, en cualquier otro lugar Jorge y yo hubiéramos hecho el berrinche y las hubiéramos sacado, allí fue todo lo contrario, era un placer ver como esas mujeres, se reconocían, ellas salieron por si solas, pero solo para ir a buscar a otras, las que aparecían en las fotos, cuando al fin ya eran muchas, entonces si les pedimos que nos permitieran colgar las fotos para que las pudieran ver mejor y todas. Ellas aguardaron (como han aguardado por siglos, en silencio, la justicia, el reconocimiento a su cultura, a sus tradiciones). No eran los críticos que se dan de sabelotodo y que normalmente se encuentran en cada exposición, era la gente misma que aparecía en las fotos la que la contemplaba, la que nos daba las gracias desde lo mas profundo de ellos mismos, la que nos decía: otros vienen y se llevan las fotos, las venden y jamás las vemos.Tres días de estancia en ese pueblo. Al final, satisfechos recogimos las fotos y Pablo sus pinturas, y nos preparamos para regresar a la Cd. De México. Guarde las mías en una caja, deje la de la señora que pinta maracas hasta arriba. Para el retorno seriamos 5, la Ivonne se nos unía, salimos de san Juan, atravesamos la serranía y llegamos ala carretera, estábamos a menos de un km de las artesanías y una mezcla de nerviosismo y picardía me hacia sonreír.Al estar a punto de pasar frente al puesto de la señora, pedí a Pablo que bajara la velocidad y a lo lejos la vi nuevamente, como si el tiempo se hubiera detenido allí estaba, en la misma pose, pintando otras maracas. Pedí a Pablo se detuviera y que me abriera la cajuela, sin decirle a nadie, baje del auto, saque la caja y de ella la foto, con ella en la mano me dirigí a la señora, quien, al verme, me ofreció sus mercancías, yo le extendí la foto y le dije que la viera, la tomo entre sus manos arrugadas, la contemplo y de pronto la dejo en el suelo, se levanto y salio, yo no entendía que pasaba y hasta temí haber cometido algún acto de ofensa, pero ella regresó acompañada de su marido y feliz le mostraba la foto. Ambos la tocaban con las palmas de los dedos, la recorrían. De pronto en un español muy limitado me dio a entender que cuanto costaba la foto, pensó que yo se la quería vender. Yo que siempre he sido un sentimental, ya con los ojos enrojecidos le di a entender que no la vendía, que se la regalaba, mis acompañantes, discretos, a unos metros atestiguaban la escena. Ella me agradeció y, antes de que las lágrimas se me salieran me despedí y me retire. Ya casi llegábamos al coche cuando ella me llamó con un grito, voltee y me hizo señas con la mano que fuera a donde estaba.
Regresé y me ofreció a señas algo de lo que vendía, se me hacía injusto llevarme algo de allí, pero ella insistía, recordé que siempre había sido la mujer que pinta maracas por lo que pensé: Nada mejor que unas maracas, busque un par y le dije que eso quería, ella me las dio, después, le pregunte su nombre y me dijo: Anastasia Pedro.Pienso que ahora, después de 16 años la señora quizá haya muerto, yo conservo las maracas aquí en Yautepec, una se rompió, quizás por el clima, pero la tengo, a veces hago sonar la otra para ahuyentar las malas energías y mis demonios ya que esta llena de energía positiva. Otras veces sólo porque su sonido me lleva a tantos recuerdos hermosos en esta memoria de elefante…Hoy la sueno al terminar este relato, como un homenaje a DOÑA ANASTASIA PEDRO.



*En esta región, como en otras comunidades indígenas, el segundo nombre de las persona (su apellido diríamos), es el nombre del Padre, por eso muchas mujeres llevan un nombre que para nosotros sería exclusivamente masculino.

lunes, 4 de enero de 2010

Réquiem para el Salón Orizaba y otros más

"Salón Orizaba" (QEPD) Foto © 2003 Foto: Fernando Ángel Soto Vidal

Con esta foto estoy abriendo este Blog y no es una casualidad –es más bien una causalidad diría ABRIL.
Hoy decidí comenzar el año recorriendo el centro de la Ciudad de México y también visitar esos lugares mágicos, entre ellos, las cantinas de barrio, había quedado con mi amiga Teresa Barrera –artista plástica que expondrá su obra a finales de este mes en Oaxtepec–, de ir a brindar con una buena cerveza bien fría y nos quedamos de ver en frente del Palacio de Bellas Artes, ahí le pregunte a Tere si tenía algún lugar para sugerir o me permitía escoger, pues bien, la elección fue el Salón Orizaba –Salón Horrorizaba o La Apestosa–, ubicado en la calle de Dolores, desde mi última visita hasta hoy han pasado algunos años y al llegar no la encontré, trate de ubicar el lugar y ahí estaba una tienda de equipos de iluminación, lámparas, focos y material eléctrico.
¿Pero cómo? ¿También el Orizaba?, ya nos habían quitado “El Nivel” en la Plaza de la Constitución, el “Salón Kloster” en la calle de Cuba, cantinas clásicas del centro.
Tere me dijo entonces que fuéramos al Rio de la Plata, en la Calle de Cuba y Allende, nos encaminamos hacia allá, al llegar entramos y subimos a la parte alta, mesa pegada a la ventana que da al a calle de Cuba, por ser lunes y pasadas las dos de la tarde estaba vacío el lugar. La cantina es antigua, con su barra de madera. Ella pidió una Lager y yo una Bola Negra (Cerveza negra de Barril en copa grande). Ahí no venden ni Corona ni Victoria.
Poco a poco fueron llegando clientes, una pareja de jóvenes con tipo de estudiantes, luego dos chicas con un muchacho, y en poco tiempo casi se llenó el salón superior. Toda la raza eran jóvenes con aspecto estudiantil. Ningún parroquiano clásico, de esos viejos que se sentaban para jugar domino mientras en la rockola escuchaban a Chelo Silva con su “Cheque en Blanco” o a la Sonora Santanera interpretando “Mi razón” –“Aquí estoy, entre botellas, apagando con el vino mi dolor–, en lugar de eso se escuchaba Rock de dos grandes bocinas que no permitían la plática.
¿Dónde quedo la esencia de la cantina?, de ese lugar sagrado donde se convivía con los amigos, se jugaba cubilete, cartas o domino.
Salimos de ahí y en el camino a la estación del Metro pasamos por la Plaza Garibaldi en Plena remodelación, el frio invernal se dejaba sentir y calaba los huesos, hacían unos 8º C.
Nos metimos por la calle de Ecuador y la sorpresa más grande fue cuando vi que aquel famosísimo Cabaret “El Rey”, uno de los mejores de la zona hace unos años ya no existía, y en su lugar se encuentran las instalaciones de un Dispensario Médico de la orden de los Agustinos.
¿Dónde está quedando aquella ciudad?, hace unos 6 años asistí a mi amiga Elva Narcia quien trabajaba para la BBC de Londres en la elaboración de una serie de 4 programas para Radio que se tituló “Rincones Profanos de la Ciudad de México”, se tocaron 4 temas: Cantinas, Pulquerías, Cabarets y Lucha Libre.
Cuando hicimos el de Cantinas visitamos el Salón Kloster y El Orizaba, en el primero conocimos a un hombre que se sentaba casi al fondo, muy cerca de la Rockola, él sólo con sus recuerdos. Nos platico que era cliente asiduo de ese lugar desde hacía muchos años, que nadie, ni sus amigos, ni su familia sabían de eso, que era su gran secreto, su rincón secreto, su espacio al cual llegaba, pedía su cerveza de barril y le ponía monedas a la rockola para escuchar sus boleros favoritos.
En el Orizaba también conocimos a otro hombre que por lustros había frecuentado el lugar, llegaba desde una colonia lejana y el cantinero y muchos otros clientes ya lo conocían mejor que su propia familia. ¿Qué será de individuos como ellos ahora que están cerrando todos esos lugares para dar paso al SLIM CENTER?