viernes, 5 de febrero de 2010

Historia de una foto


Historia de una foto



Yo había llegado desde la noche del sábado a Chilapa, dos semanas antes encontré a Jorge Vargas en el Ángel de la Independencia durante los festejos de uno de los partidos que la selección de futbol había ganado en la copa América y allí me invitó a acompañarlo a Zitlala, lugar donde se celebra un ritual propiciatorio de petición de lluvia por los nahuas de esa región, el cual culmina con la “Pelea de Tigres”, me llamó mucho la atención y dije que si, sin embargo, ya no pude contactar con él y decidí emprender el viaje solo.

El domingo es día del tianguis en Chilapa, uno de los más grandes del país, por lo que mi llegada en sábado por la noche hacía imposible encontrar hospedaje de cualquier clase, desde los mesones de 5 pesos donde le dan a uno un petate y se acuesta en el suelo, hasta los buenos hoteles, todo lleno.

Después de recorrer varios de ellos y no encontrar nada, decidí cenar lo tradicional de esa región: Pozole verde, me metí a una fondita, muy cerca de la terminal del autobús que me había llevado hasta allá.

Resignado a no tener un legar donde descansar me dedique a recorrer el pueblo y a lo lejos escuche cohetes, pregunté a un lugareño que de qué se trataba y me dijo que en la Iglesia de San José Obrero se festejaba al Santo Patrono, me dirigí hacía ese lugar y me encontré con que la fiesta estaba en grande y quemarían hasta un castillo.

Allí pasé más de una hora tomando fotos y cuando termino la quema de los juegos pirotécnicos la gente comenzó a retirarse, yo hice lo mismo y me dirigí al zócalo, allí, algunos comerciantes se preparaban para dormir sobre petates, en los portales de la presidencia municipal, muy cenca de sus mercancías.

Al lado izquierdo de la entrada a la comandancia de policía se encontraba una desvencijada banca de madera, pintada de verde olivo, casi corrí hacía ella pensando que alguien podría ganármela, llegué y me senté, acomodé mis cosas, la mochila, la cangurera y la pequeña mochila tipo militar donde llevaba parte del equipo fotográfico. No hacía frio por lo que decidí que ese era el mejor lugar para pasar la noche.

Después de un buen rato sentado, me recosté, puse la mochila como almohada y las otras dos detrás de mí pero bien agarradas de sus respectivas correas. No dormí bien, apenas dormitaba y despertaba, la preocupación por mis cosas era la causa.

Amaneció y me despabilé, me senté un buen rato mientras miraba como la gente iba ubicándose en todo el zócalo en sus puestos, ya bien despierto, me dirigí a la terminal de autobuses y pregunté cual me llevaba a Zitlala, después de unos 15 minutos, nos poníamos en marcha hacía mi destino en ese pueblo.

Para recorrer los 12 kilómetros de distancia se necesitó más de media hora, El paso por el poblado de Acatlán retrasó mucho el viaje, pero al final ya estaba en Zitlala. Bien valió la pena llegar tan temprano, ya que me tocó escuchar parte la misa matinal a través del altavoz que hace que ésta se propague por toda la población, me llamo mucho la atención escuchar al padre católico, sermonear a los indígenas y regañarlos por prácticas de brujería.

Al término de la misa, salió una procesión mayoritariamente de mujeres portando una cruz, era el día 3 de mayo, día de la Santa Cruz en la fe católica, yo saqué las cámaras y comencé a disparar, la procesión avanzo hacia lo alto del pueblo, a una distancia de un kilometro y cuarto, allí, en lo alto de un cerro fueron a colocar la cruz que llevaban.

De regreso, con la banda de viento acompañando y las mujeres bailando y bebiendo mezcal, llegamos de nuevo al centro del pueblo, hasta una casa donde esperaban a la gente para el desayuno, hasta allí ya había tomado 3 rollos y ya tenía algunas de mis fotos más conocidas, aunque la gente me veía con recelo, nunca tuve problemas con nadie para hacer mis fotos, hasta fui invitado a pasar a la casa y me sirvieron mi plato de caldo. Estando allí, sentado saboreando el desayuno, platicando con mis vecinos de la mesa, uno de ellos se levanto para tocar su clarinete, momento que yo también hice lo mismo para tomarle la foto.

Al terminar, agradecí a la gente por su hospitalidad y salí buscando otros lugares para fotografiar.

Me dirigí al río, allí algunas mujeres y niños se bañaban y lavaban ropa, la mejer más cercana a mi me miraba de reojo con desconfianza, yo saque la F2 y le quite el Photomic, fingiendo que limpiaba la cámara la enfocaba y encuadraba a través del telefoto, así pude hacerle algunas tomas. Después de eso me encaminé de nuevo al zócalo.

Estaba en una tiendita del centro tomando una Yoli bien fría, cuando aparecieron Jorge Vargas y Ángeles, ambos iban enviados por la revista Mira. Me dio mucho gusto encontrarlos, ya no era el único extraño en ese pueblo. Ellos también pidieron algo para refrescarse, ya el calor era fuerte.

Ya los tres juntos caminamos hacia el otro lado del pueblo, hacia donde se escuchaba música de viento, llegamos hasta una casa de adobe y en el interior había mucha gente y la banda se encontraba desayunando también, fuimos invitados por la señora de la casa, Florencia, a entrar, también allí hicimos fotos, había carne de res colgada en tendederos, mujeres que se movían de un lado a otro atendiendo a los hombres, le pedí que si podíamos dejar allí nuestras mochilas y ella nos dijo que si podíamos hacerlo con toda confianza, que la familia eran los padrinos de la Cruz de ese barrio y tenían la obligación de recibir a los que llegaran a la fiesta.

Ya con menos carga recorrimos parte del pueblo haciendo fotos de todo lo que nos asombraba y Ángeles tomaba notas de todo también.

Después de unas horas de caminar bajo el Sol, nos metimos a una tiendita, Jorge pidió una cerveza, Ángeles un agua mineral y yo una coca cola bien frías, La tiendita tenía una puerta interior que daba hacia un cuarto, curioso y metiche como siempre, me acerque y la vi, mi foto: Dos niños en la penumbra, la mayor sostenía sobre sus piernas al hermanito pequeño sentada en una hamaca, lo que hacía la foto era el rayo de luz que al filtrarse por el tejado daba justo en la cara del pequeño, esa era en principio mi foto, lo que yo vi de entrada, al estar midiendo la luz y encuadrando, un gato apareció en escena y fue colocarse sobre un petate en primer plano, como si posara para la foto, mi imagen ahora tenía otro elemento y tenía que re encuadrar, al estar haciéndolo, el padre de los niños llegó por el lado opuesto y se plantó en el quicio de la puerta a contraluz, ¡increíble!, mi foto se fue armando por partes. Ya solo era cosa de medir correctamente la luz, no ara fácil, por un lado la penumbra, por el otro la luz que entraba por la puerta hacían una toma muy complicada. Disparé dos veces, sin la ventaja de las cámaras digitales actuales donde podría checar si había expuesto bien o no. Solo llevaba en la mente la imagen que pensaba debía estar latente sobre las sales de plata de la película, todavía debía esperar tres días más para llegar al D.F. y procesar el material para poder ver los resultados.

El viaje continuó con experiencias maravillosas, cuando regresamos a la casa de Florencia, una mujer que nunca antes nos había visto en su vida, ya teníamos un cuarto donde quedarnos, en el granero habían dispuesto dos camas, y las habían tendido con ropa muy limpia, a pesar de eso, y como es sabido, en los graneros abundan las pulgas, animalitos que no nos dejaban dormir a gusto. Pero el gesto de esa familia no lo podremos pagar con nada.

Al día siguiente fuimos al Acatlán, donde se desarrolla también otra pelea de tigres diferente a la de Zitlala, ese día en la noche le di a Ángeles un rollo de película pidiéndole que aunque le rogara y pataleara, no me lo diera sino hasta el momento de la pelea de Zitlala. Ya había casi acabado con los 20 rollos que llevaba y de no haber hecho eso, no habría hecho fotos de la pelea.

El regreso fue simple, un camión que nos llevo a Chilapa y de allí tomamos otro a Chilpancingo, y de Chilpancingo, el Estrella de Oro directo a la terminal de Taxqueña.

En las primeras horas del día 6 de mayo de 1991 estábamos de regreso en la ciudad de México, yo con muchas fotos en mis rollos ByN por revelar, Jorge también con sus tomas en película de color y Ángeles con una gran historia que publicaría en la revista Mira.



Fernando Ángel Soto Vidal

Cd. De México, 19 de enero del 2009