lunes, 18 de enero de 2010

Doña Anastasia Pedro *

"Doña Anastasia Pedro"; Foto © 1991 Fernando Ángel Soto Vidal


Para ABRIL:


En diciembre del 91, cuando realicé mi primer viaje junto con Alejandra Leal y Jorge Claro, a la región del Alto Balsas, mientras la gente del CPNAB (Consejo de Pueblos Nahuas del Alto Balsas), realizaban el bloqueo en carretera México-Acapulco a la altura de las Artesanías muy cerca del poblado de Xalitla, para informar y recaudar recursos para sostener la lucha contra la construcción de la presa de San Juan Tetelcingo; y mientras Ale y Jorge cubrían la nota periodística, yo me dediqué a recorrer los alrededores, los puestos abiertos donde se venden todo tipo de artesanías hechas en la región: Pinturas sobre papel amate, tallas en madera de San Francisco, Tinajas (Acontli), Achihuitepalcatl, pohsconi, Muñecas (coconet) de San Agustin Oapan, pinturas sobre barro con diferentes figuras: (Ranas, soles, eclipses, floreros, vasos, ceniceros, etc.). De pronto, en el último puesto la vi, la mujer sentada en su sillita de madera y mimbre que pintaba unas maracas, indiferente a mi presencia, con una piel de venado tras ella colgada en la pared, con su sombrero campesino a un lado, con sus pinturas y pinceles en una vieja cacerola de aluminio. Me vio de reojo, y continuo su labor, con la vieja Minolta X-370 me acerqué, encuadré y tomé la foto.En marzo del 92 regresamos, los mismos tres acompañados y conducidos en su auto por Pablo, un pintor de Chilapa, íbamos a exponer nuestros respectivos trabajos en la comisaría de San Juan Tetelcingo, por supuesto, yo llevaba entre mis fotos a la señora que pintaba maracas, fue una experiencia inolvidable que todos los fotógrafos deberían de hacer, llevar su trabajo a las comunidades donde las producen.En ese viaje surgió, también, una de las historias más increíbles: La del nagual, que pronto quedará terminada en letras.Después llegaron gentes de los medios de la ciudad de México, convocados con el pretexto de nuestra exposición y de dar a conocer la problemática de la región, específicamente la presa. La exposición fue colgada en tendederos que hicimos con piola y pinzas de madera para ropa, el interior de la comisaría la albergó, cuando estábamos apenas instalándola, llegaron un par de mujeres indígenas, que al ver las cajas con nuestras fotos comenzaron a sacarlas, a tocarlas, en cualquier otro lugar Jorge y yo hubiéramos hecho el berrinche y las hubiéramos sacado, allí fue todo lo contrario, era un placer ver como esas mujeres, se reconocían, ellas salieron por si solas, pero solo para ir a buscar a otras, las que aparecían en las fotos, cuando al fin ya eran muchas, entonces si les pedimos que nos permitieran colgar las fotos para que las pudieran ver mejor y todas. Ellas aguardaron (como han aguardado por siglos, en silencio, la justicia, el reconocimiento a su cultura, a sus tradiciones). No eran los críticos que se dan de sabelotodo y que normalmente se encuentran en cada exposición, era la gente misma que aparecía en las fotos la que la contemplaba, la que nos daba las gracias desde lo mas profundo de ellos mismos, la que nos decía: otros vienen y se llevan las fotos, las venden y jamás las vemos.Tres días de estancia en ese pueblo. Al final, satisfechos recogimos las fotos y Pablo sus pinturas, y nos preparamos para regresar a la Cd. De México. Guarde las mías en una caja, deje la de la señora que pinta maracas hasta arriba. Para el retorno seriamos 5, la Ivonne se nos unía, salimos de san Juan, atravesamos la serranía y llegamos ala carretera, estábamos a menos de un km de las artesanías y una mezcla de nerviosismo y picardía me hacia sonreír.Al estar a punto de pasar frente al puesto de la señora, pedí a Pablo que bajara la velocidad y a lo lejos la vi nuevamente, como si el tiempo se hubiera detenido allí estaba, en la misma pose, pintando otras maracas. Pedí a Pablo se detuviera y que me abriera la cajuela, sin decirle a nadie, baje del auto, saque la caja y de ella la foto, con ella en la mano me dirigí a la señora, quien, al verme, me ofreció sus mercancías, yo le extendí la foto y le dije que la viera, la tomo entre sus manos arrugadas, la contemplo y de pronto la dejo en el suelo, se levanto y salio, yo no entendía que pasaba y hasta temí haber cometido algún acto de ofensa, pero ella regresó acompañada de su marido y feliz le mostraba la foto. Ambos la tocaban con las palmas de los dedos, la recorrían. De pronto en un español muy limitado me dio a entender que cuanto costaba la foto, pensó que yo se la quería vender. Yo que siempre he sido un sentimental, ya con los ojos enrojecidos le di a entender que no la vendía, que se la regalaba, mis acompañantes, discretos, a unos metros atestiguaban la escena. Ella me agradeció y, antes de que las lágrimas se me salieran me despedí y me retire. Ya casi llegábamos al coche cuando ella me llamó con un grito, voltee y me hizo señas con la mano que fuera a donde estaba.
Regresé y me ofreció a señas algo de lo que vendía, se me hacía injusto llevarme algo de allí, pero ella insistía, recordé que siempre había sido la mujer que pinta maracas por lo que pensé: Nada mejor que unas maracas, busque un par y le dije que eso quería, ella me las dio, después, le pregunte su nombre y me dijo: Anastasia Pedro.Pienso que ahora, después de 16 años la señora quizá haya muerto, yo conservo las maracas aquí en Yautepec, una se rompió, quizás por el clima, pero la tengo, a veces hago sonar la otra para ahuyentar las malas energías y mis demonios ya que esta llena de energía positiva. Otras veces sólo porque su sonido me lleva a tantos recuerdos hermosos en esta memoria de elefante…Hoy la sueno al terminar este relato, como un homenaje a DOÑA ANASTASIA PEDRO.



*En esta región, como en otras comunidades indígenas, el segundo nombre de las persona (su apellido diríamos), es el nombre del Padre, por eso muchas mujeres llevan un nombre que para nosotros sería exclusivamente masculino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario